En el exuberante y tropical paisaje de Guinea Ecuatorial, donde la naturaleza ofrece su opulencia con una generosidad casi insultante, parece que algunos han decidido que el crimen también debe florecer con la misma desvergonzada abundancia.
En esta tierra, donde la justicia cojea pero los machetes corren, los ciudadanos se han visto obligados a desempeñar el papel de espectadores de una tragicomedia que ofende tanto la moral como la inteligencia.
Los 8 machetes: campeones de la anarquía y víctimas del olvido
Comencemos con los ilustres «8 machetes», ese grupo que ha elevado el arte de la violencia y el pillaje a niveles que incluso los más temidos villanos de la literatura encontrarían exagerados. Pero no todo en su historia es puro caos; detrás de sus machetes afilados y su actitud temeraria, hay algo aún más filoso: la negligencia social.
Estos pequeños verdugos, que en su mayoría son niños nacidos y criados en familias rotas, sin padres que los guíen ni un sistema que los ampare, son el producto perfecto de un estado que ha abandonado su deber de cuidar a los suyos.
Porque, claro, ¿para qué invertir en subsidios para mujeres solteras con hijos? ¿O en programas que apoyen a familias de bajos recursos? ¿Qué importancia pueden tener los niños huérfanos en un país donde las prioridades parecen estar tan distorsionadas? Es evidente que las generaciones perdidas son simplemente un «daño colateral» aceptable en el gran esquema de la inacción gubernamental.
Mientras tanto, los machetes siguen cortando, y los ciudadanos siguen sangrando. ¿Quién puede culparlos? Cuando la desesperación es la única herencia que reciben, la violencia se convierte en el único lenguaje que conocen. Eso sí, la justicia, tan eficiente como un rayo en el caso del «Abuelo Lima», parece necesitar una brújula para encontrar a estos jóvenes ejecutores, quienes, irónicamente, son tanto verdugos como víctimas de un sistema podrido.
Infobichis: extorsión digital con sabor a oportunismo
Pasemos ahora al moderno y sofisticado arte de la extorsión digital, donde un grupo como «Infobichis» ha encontrado su nicho perfecto. Estos genios del teclado, con la delicadeza de un elefante en una cristalería, han decidido que la humillación pública es un deporte nacional.
Utilizando como arma los videos sexuales del señor Baltasar Ebang Engongo Edjo, no han mostrado ninguna piedad en publicar tanto las imágenes como el honor de las mujeres involucradas. Pero, como si esto no fuera suficiente, han extendido su alcance a videos que nada tienen que ver con el susodicho protagonista. Porque, claro, ¿por qué limitarse a una víctima cuando puedes destruir la dignidad de muchas más?
Ah, pero los «Infobichis» no solo se conforman con ser los amos del escarnio público. No, ellos han perfeccionado el negocio de la miseria, extorsionando a las mujeres involucradas en los videos para que paguen si no quieren ver su intimidad expuesta al escarnio general. Porque, en un país donde la corrupción es la norma, ¿por qué no monetizar también el dolor humano?
Mientras tanto, el silencio del gobierno ante este otro grupo criminal es, por decirlo suavemente, ensordecedor. Ni una palabra, ni una condena. La máquina de la justicia parece haberse atascado, o quizás simplemente ha decidido mirar hacia otro lado, dejando a las víctimas con la única opción de resistir el linchamiento digital en soledad.
Conclusión: un país secuestrado por la impunidad
En Guinea Ecuatorial, la justicia parece ser una cuestión de prioridades, y está claro que el bienestar de los ciudadanos no está en la lista. Mientras los «8 machetes» cortan con precisión quirúrgica cualquier esperanza de seguridad y los «Infobichis» destruyen reputaciones con la misma alegría que un niño destruye un castillo de arena, las autoridades ofrecen un espectáculo de indiferencia que raya en lo obsceno.
¿Será que el verdadero crimen es esperar algo mejor? ¿Que la población, agotada por el miedo y la humillación, todavía albergue la esperanza de que un día las leyes sean más que palabras vacías? En este teatro de lo absurdo, parece que los únicos beneficiados son los mismos criminales, cuyos actos quedan grabados no solo en la memoria colectiva, sino también en la impunidad de un sistema que parece haber olvidado su razón de ser.
Quizá la moraleja de esta tragicomedia sea simple: un estado que no protege a sus mujeres, ni educa a sus niños, ni apoya a sus familias está condenado a producir generaciones de machetes y pícaros digitales. Porque, en un país tan rico en recursos naturales, parece que el recurso más escaso es la justicia y, por supuesto, el sentido común.