
Apagón en Europa
Este lunes, Europa se ha visto sacudida por un grave apagón eléctrico y telefónico que afectó de forma masiva a España, Reino Unido y diversas regiones del continente. Durante más de siete horas, millones de ciudadanos permanecieron sin suministro eléctrico, sin comunicaciones móviles y, en muchos casos, sin posibilidad de contactar con los servicios de emergencia. La caída de las infraestructuras esenciales evidenció la vulnerabilidad de un continente que suele presentarse como ejemplo de estabilidad y progreso.
La magnitud del fallo no solo afectó al suministro de electricidad. Las redes móviles colapsaron de manera generalizada, dejando incomunicadas a amplias zonas urbanas y rurales. Numerosos usuarios denunciaron la imposibilidad de establecer contacto con el 112, el número destinado a emergencias, lo que aumentó la sensación de desamparo y frustración. En momentos críticos, donde la inmediatez de la respuesta puede ser decisiva, la ausencia de una red de respaldo dejó a la población en una situación de extrema indefensión.
Mientras tanto, las autoridades optaron por emitir comunicados oficiales que, paradójicamente, no pudieron alcanzar a buena parte de los afectados debido al colapso de las comunicaciones. La falta de información precisa y la evidente descoordinación institucional contribuyeron a incrementar la incertidumbre y el desconcierto entre la ciudadanía.
Este episodio no puede ser considerado un hecho aislado. Pone de relieve un problema estructural: la insuficiente inversión en infraestructuras críticas y la ausencia de mecanismos de respuesta eficaces ante crisis de gran escala. Europa, que durante siglos construyó su prosperidad a partir de los recursos de sus antiguas colonias y de políticas comerciales ventajosas, muestra ahora una preocupante incapacidad para garantizar servicios básicos ante contingencias imprevistas.
La paradoja es evidente. Mientras los presupuestos de defensa y los proyectos de expansión geopolítica absorben recursos millonarios, los sistemas esenciales de energía, comunicación y asistencia permanecen vulnerables ante cualquier fallo de gran magnitud. La lección que deja este apagón es clara: sin infraestructuras resilientes y planes de contingencia robustos, ningún país, por avanzado que se considere, puede proteger adecuadamente a su población.
El mito de la Europa invulnerable se ha resquebrajado. Hoy, más que nunca, resulta imperativo replantear las prioridades estratégicas, destinando mayores esfuerzos a la protección de los servicios esenciales, a la creación de canales auxiliares de suministro y a la preparación de respuestas rápidas ante catástrofes.
Europa ha vivido hoy su propio día sin luz ni comunicación. La pregunta que queda en el aire es si sus dirigentes sabrán aprender de ella antes de que la historia vuelva a repetirse.
Redacción BNN ÁFRICA